sábado, 21 de marzo de 2015

El embarazo cambia nuestro cerebro

Esta mañana he leído un artículo cortito sobre los cambios en el cerebro durante el embarazo. Hacía alusión, sobretodo a la memoria, que pierde capacidades durante la gestación.
Me ha parecido interesante y he decidido indagar un poco más.
Yo, durante mi embarazo, sentí ese cambio en la memoria y la concentración. No era tan fácil prestar atención a las cosas y menos aún memorizar lo que me decían durante mucho tiempo.
Ahora sé el motivo.


Durante el embarazo, el cerebro disminuye su tamaño un 7%. ¿Porqué? El motivo no se conoce con claridad pero se cree que se debe a un cambio en las estructuras cerebrales. No tendría sentido evolutivo que la maternidad mermara las capacidades intelectuales de la madre.
Además, se forman nuevas conexiones neuronales por lo que es normal un estado de confusión o letargo durante los últimos meses y las primeras semanas postparto, ya que el centro de atención ahora gira en torno al bebé. El cerebro recupera su forma habitual aproximadamente a los 6 meses del parto..


Como ocurre con gran parte de los cambios físicos de la gestación, las grandes culpables de este vaivén psicológico son también las hormonas.
Los primeros meses, los ovarios producen entre 10 y 100 veces más progesterona, lo que corta la fabricación del cortisol, desencadenante del estrés que podría dañar los órganos del feto.
También aumenta la producción de oxitocina, que propicia las relaciones de confianza con los demás. Se almacena en el cerebro y empieza a liberarse a partir del quinto mes de gestación gracias al contacto físico (desde que la madre nota las patadas del feto), con el parto (para disminuir el dolor de forma natural) y con la lactancia y el contacto piel con piel con el bebé, fomentando así el vínculo de apego madre-hijo.
Los sentidos se agudizan con la maternidad, para poder estar más atenta a los hijos. El olfato y el oído se vuelven más finos: las madres suelen reconocer el llanto de su bebé entre otros muchos.
También aumenta la capacidad visual, a fin de preservar al pequeño de potenciales peligros.
Pero, sin duda, es la parte del córtex cerebral dedicada al tacto la que sufre una mayor transformación. Cuando una madre toca a un bebé y este la toca a ella, recibe información muy sutil pero muy poderosa sobre cómo es su hijo, qué siente y cómo es su relación con él. Y esto tiene efecto a nivel cerebral. Es más, estos cambios comienzan a percibirse ya en el embarazo, cada vez que siente los movimientos del feto, se toca la barriga y habla con él transmitiéndole su amor.
Estos primeros contactos madre-hijo refuerzan el vínculo entre los dos, y esto queda grabado en el cerebro. Como nuestras vivencias se almacenan en él, los embarazos se memorizan, de forma que por medio de una resonancia magnética se puede saber si una mujer ha sido madre.
Esta modificación cerebral también se produce en los papás, aunque de distinta forma. Ellos también desarrollan el cerebro social desde que perciben las patadas de su hijo o al ver una ecografía, pero sobre todo a partir de su nacimiento, a través del contacto físico. Cada vez que un padre baña a su hijo, le coge o le da el biberón desarrolla un vínculo cognitivo-emocional similar al de la madre, ya que fabrica oxitocina y baja su nivel de testosterona, la hormona de las energías masculinas.

Toda esta mejora tiene repercusión en nuestra capacidad para realizar varias tareas al mismo tiempo. Nos dan superpoderes.
Las madres, al dar a luz, tienen que hacer frente a multitud de tareas nuevas y a la vez. Para asegurar la supervivencia del bebé, la progenitora tiene que priorizar, lo que conlleva a mayor eficiencia. Es habitual estar cocinando y hablando por teléfono, aprovechar mientras duerme el bebé para poner una lavadora, hacer las camas, la cocina y barrer. ¡Se aprovecha el tiempo al segundo! Todo esto, en una sociedad donde se exige mucho a las nuevas madres. Tener un hijo o hija pone a prueba la imaginación de los adultos: sacar recursos del fondo de la chistera, y de forma inmediata, porque no se puede dejar para otro momento más oportuno.
Las exigencias del día a día en la sociedad que estamos hace más ardua la tarea de ser padres en general. Así que las madres tienen que poner más a prueba su inteligencia.
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Fuentes:
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El confidencial
Ser Padres

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